sábado, 13 de mayo de 2017

Lazarilla a la fuerza. Diario de un refugiado VIII

Escribo esto a quien le pueda interesar y a las autoridades competentes. Lo que en un principio parecía mi salvación sigue siendo mi peor pesadilla...

TRATADO I:

Han pasado meses desde que Carlos y yo estamos aquí y las cosas cada vez van a peor. No hay un control riguroso con los víveres por lo que muchos de nosotros nos hemos visto "obligados" a robar para sobrevivir. 
Me he hecho necesaria para colaborar en muchas tareas y obtener favores a cambio. Una de ellas es en el repartimiento de comida, donde muchas veces mi ración era mayor a la de otros porque con un puñado de arroz, un trozo de pan y una pieza de fruta, no era suficiente para una ración. Sé que no estaba bien y me avergüenzo de ello, pero era la única manera de sobrevivir. Hemos perdido mucho peso, y a Carlos le sangraban las encías por el principio de desnutrición que sufría, él siempre ha sido de constitución delgada y de comer poco y a pesar de ello le notaba cada vez más débil;
Cuando llegaban los camiones de la Cruz Roja con suministros, me escondía debajo de él y cuando el conductor y demás ocupantes, bajaban, me colaba y guardaba chocolatinas, algún que otro refresco y medicinas para Carlos. 
No podíamos aguantar mucho tiempo más allí, pues el campo cada vez se llenaba más y más a medida que transcurría el tiempo. Estaba segura que algún día me iban a pillar con las manos en la masa, así que antes de que eso ocurriera tendríamos que marcharnos.

TRATADO II:

Hemos llegado a un lugar llamado Idomeni. La primera sensación es horrible.
Creía que no habría campos peores y estoy en uno de ellos. Soy nueva, y todos desconfiamos de todos;
Las raciones son incluso menores que las del anterior campo pero todavía me quedan reservas de lo que he ido robando de los camiones.
En el anterior nos daban solamente una pastilla de jabón para asearnos, la cual nos tenía que durar tres semanas o más, en cambio en este nos proporcionan las unidades necesarias por lo que intenté hacer trueque, algo que no funcionó...
Nadie quería estar aseado y con el estómago vacío. 
Por suerte no nos quedamos mucho tiempo aquí. A los pocos días las fuerzas del orden nos echaron y fuimos en busca de un nuevo refugio.

TRATADO III:

Tras dos horas de caminata avistamos a lo lejos un mini campo con unas pocas tiendas de campaña. Nos acercamos y nos dieron una agradable bienvenida en la que rápidamente nos ofrecieron algo de agua y alojamiento junto a otra familia;
En aquel sitio no había nadie que llevase las riendas, sino que cada uno se ocupaba de sus quehaceres. Era gente muy campechana y dentro de lo malo nos hacían sentir reconfortados. 
Hasta el momento era el mejor lugar en el que habíamos estado. El problema era que al no pertenecer a ninguna institución, carecíamos de las ayudas mínimas y de posibles recursos para valernos por nosotros mismos; 
Aunque disponíamos de agua, no era suficiente para intentar cultivar algunas frutas y hortalizas por lo que nos vemos obligados, con todo el dolor de nuestro corazón, a partir de nuevo. 
Una vez más, la suerte no estaba de nuestro lado.

TRATADO IV: 

Durante los siguientes días nos encontramos con varios campos más. En todos ellos nos aprovisionaron de la ración mínima pero tuvimos que andar con mil ojos para que no nos la quitaran y sentíamos que no encajábamos por la forma en que nos miraban.
Permanecíamos el tiempo justo en cada uno, solamente para comer y descansar algo hasta el siguiente refugio.
Todas estas experiencias nos hicieron ver lo mal que los responsables de todo esto hacían su labor. Nos habían convertido en ladrones y egoístas, en un "todo vale" por la supervivencia.

TRATADO V: 

Nuestra siguiente parada fue un campo que hacía frontera con Siria. A pesar de ser un país en guerra, el enorme refugio disponía de todos los recursos necesarios que tiene una ciudad.
A cambio de trabajar para diferentes personas poco a poco ahorramos algo de dinero.
Carlos hizo de recadero, de limpiador de alfombras y recogiendo las frutas podridas de los mercados. A la vez yo trabajé en los puestos donde se vendía todo tipo de comida  y por mi experiencia con los demás refugiados, me contrataron de ayudante en una ONG.
Colaborar con ellos hizo que mi imagen fuera respetada pero a pesar de ello la situación seguía siendo desesperante.
Allí conocí a Inés, una enfermera voluntaria en Proactiva Open Arms. Su forma de ser y su experiencia me impactaron tanto como para hacerme entender muchas de las situaciones que habíamos vivido y me dio el valor necesario como para tomar una gran decisión, la más importante de mi vida: cruzaríamos la frontera y nos iríamos a otro país, el de nuestros sueños, donde podríamos empezar de cero.