lunes, 27 de febrero de 2017

De la prisión a la deriva. Diario de un refugiado V


Sino yo triste y cuitado
que vivo en esta prisión
que ni sé cuando es día
ni cuando las noches son





Y cuando pensaba que mi familia y yo no podíamos estar peor, ahí estábamos nuevamente hacinados. Llevábamos meses huyendo. Lo habíamos perdido prácticamente todo, incluso el dinero. Ya no nos quedaba nada ni siquiera las ilusiones de meses atrás que se iban quedando por el camino. Nos encontrábamos en una apestosa celda de apenas diez metros cuadrados aproximadamente. Solo había un váter y un pequeñísimo ventanal en lo alto que nos permitía saber si era de día o de noche.
La única persona que nos mantenía en contacto con el exterior era una mujer de mediana edad con un aspecto muy serio. Esta señora al principio se limitó a traernos la comida dos veces al día pero poco a poco fue mostrándose más amable con los niños. Yo creo que le despertábamos el instinto maternal. En alguna ocasión, nos trajo a escondidas una pequeña onza de chocolate.
Después de un tiempo, por fin nos liberaron. Nuevamente estábamos en la calle, libres pero a la vez esclavos en pleno siglo XXI.

Mas saliose de esta cárcel
en carrera hacia la playa
a una barca nos subimos
sólo el móvil y una saya.
Y esta barca en la que estamos
parecía de juguete
algo a cambio nos pidieron
sólo tengo unos pendientes.
Qué odisea, cuánto espanto 
sufrimos todo ese tiempo
nuestra barca a la deriva 
mientras sopla el barlovento.
Respondiole al individuo
tal respuesta le fue a dar
"Yo no digo mi canción
sino a quién conmigo va"







Consejos de Patronio. Diario de un refugiado IV

Es muy difícil tomar una decisión, que por un lado u otro tiene desventajas, pero no queremos separarnos de nuestra madre. Mientras estábamos los tres en la fila antes de tomar la decisión de si separarnos o no, alguien se acercó a mi y me propuso un trato, diciéndonos que él nos podía llevar a Italia, que era nuestro destino, a un precio muy razonable en el que se incluía un transporte en barco. Todavía teníamos que hablarlo, aunque era una oferta a la que no nos podíamos negar, así que le pedimos algo de tiempo para consultarlo más a fondo. En ese periodo de tiempo que le rogamos  al traficante me encontré con uno de los niños de aquella casa tan horrible del que me hice muy amiga, y nos contábamos todo, ya que habíamos cogido bastante confianza.
Le conté lo que nos había propuesto aquel hombre y a mi amigo no se le ocurrió mejor manera de aconsejarme, que a través de un cuento que decía así...

"Una vez hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, de este modo: Patronio, sabéis que, gracias a Dios, mis señoríos son grandes, pero no están todos juntos. Aunque tengo tierras muy bien defendidas, otras no lo están tanto y otras están muy lejos de las tierras donde mi poder es mayor. Cuando me encuentro en guerra con mis señores, los reyes, o con vecinos más poderosos que yo, muchos que se llaman mis amigos y algunos que me quieren aconsejar me atemorizan y asustan, aconsejándome que de ningún modo esté en mis señoríos más apartados, sino que me refugie en los que tienen mejores baluartes, defensas y bastiones, que están en el centro de mis tierras. Como os sé muy leal y muy entendido en estos asuntos, os pido vuestro consejo para hacer ahora lo más conveniente.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, en asuntos graves y problemáticos es muy arriesgado dar un consejo, pues muchas veces podemos equivocarnos, al no estar seguros de cómo terminarán las cosas. Con frecuencia vemos que, pensando una cosa, sale después otra muy distinta, porque lo que tememos que salga mal, sale luego bien, y lo que creíamos que saldría bien, luego resulta mal; por ello, si el consejero es hombre leal y de justa intención, cuando ha de dar un consejo se siente en grave apuro y, si no sale bien, queda el consejero humillado y desacreditado. Por cuanto os digo, señor conde, me gustaría evitarme el aconsejaros, pues se trata de una situación muy delicada y peligrosa, pero como queréis que sea yo quien os aconseje, y no puedo negarme, me gustaría mucho contaros lo que sucedió a un gallo con una zorra.
El conde le pidió que se lo contara.
-Señor conde -dijo Patronio-, había un buen hombre que tenía una casa en la montaña y que criaba muchas gallinas y gallos, además de otros animales. Sucedió que un día uno de sus gallos se alejó de la casa y se adentró en el campo, sin pensar en el peligro que podía correr, cuando lo vio la zorra, que se le fue acercando muy sigilosamente para matarlo. Al verla, el gallo se subió a un árbol que estaba un poco alejado de los otros. Viendo la zorra que el gallo estaba fuera de su alcance, tomó gran pesar porque se le había escapado y empezó a pensar cómo podía cogerlo. Fue derecha al árbol y comenzó a halagar al gallo, rogándole que bajase y siguiera su paseo por el campo; pero el gallo no se dejó convencer. Viendo la zorra que con halagos no conseguiría nada, empezó a amenazar diciéndole que, pues no se fiaba de ella, ya le buscaría motivos para arrepentirse. Mas como el gallo se sentía a salvo, no hacía caso de sus amenazas ni de sus halagos.
»Cuando la zorra comprendió que no podría engañarlo con estas tretas, se fue al árbol y se puso a roer su corteza con los dientes, dando grandes golpes con la cola en el tronco. El infeliz del gallo se atemorizó sin razón y, sin pensar que aquella amenaza de la zorra nunca podría hacerle daño, se llenó de miedo y quiso huir hacia los otros árboles donde esperaba encontrarse más seguro y, pues no podía llegar a la cima de la montaña, voló a otro árbol. Al ver la zorra que sin motivo se asustaba, empezó a perseguirlo de árbol en árbol, hasta que consiguió cogerlo y comérselo.
»Vos, señor Conde Lucanor, pues con tanta frecuencia os veis implicado en guerras que no podéis evitar, no os atemoricéis sin motivo ni temáis las amenazas o los dichos de nadie, pero tampoco debéis confiar en alguien que pueda haceros daño, sino esforzaos siempre por defender vuestras tierras más apartadas, que un hombre como vos, teniendo buenos soldados y alimentos, no corre peligro, aunque el lugar no esté muy bien fortificado. Y si por un miedo injustificado abandonáis los puestos más avanzados de vuestro señorío, estad seguro de que os irán quitando los otros hasta dejaros sin tierra; porque como demostréis miedo o debilidad, abandonando alguna de vuestras tierras, mayor empeño pondrán vuestros enemigos en quitaros las que todavía os queden. Además, si vos y los vuestros os mostráis débiles ante unos enemigos cada vez más envalentonados, llegará un momento en que os lo quiten todo; sin embargo, si defendéis bien lo primero, estaréis seguro, como lo habría estado el gallo si hubiera permanecido en el primer árbol. Por eso pienso que este cuento del gallo deberían saberlo todos los que tienen castillos y fortalezas a su cargo, para no dejarse atemorizar con amenazas o con engaños, ni con fosos ni con torres de madera, ni con otras armas parecidas que sólo sirven para infundir temor a los sitiados. Aún os añadiré otra cosa para que veáis que sólo os digo la verdad: jamás puede conquistarse una fortaleza sino escalando sus muros o minándolos, pero si el muro es alto las escaleras no sirven de nada. Y para minar unas murallas hace falta mucho tiempo. Y así, todas las fortalezas que se toman es porque a los sitiados les falta algo o porque sienten miedo sin motivo justificado. Por eso creo, señor conde, que los nobles como vos, e incluso quienes son menos poderosos, deben mirar bien qué acción defensiva emprenden, y llevarla a cabo sólo cuando no puedan evitarla o excusarla. Mas, iniciada la empresa, no debéis atemorizaros por nada del mundo, aunque haya motivos para ello, porque es bien sabido que, de quienes están en peligro, escapan mejor los que se defienden que los que huyen. Pensad, por último, que si un perrillo al que quiere matar un poderoso alano se queda quieto y le enseña los dientes, podrá escapar muchas veces, pero si huye, aunque sea un perro muy grande, será cogido y muerto enseguida. Al conde le agradó mucho todo esto que Patronio le contó, obró según sus consejos y le fue muy bien. 
La moraleja de este cuento es: 
                                                     No sientas miedo nunca sin razón 
                                                     y defiéndete bien, como un varón.


Este relato, me hizo tomar una decisión en firme: íbamos a tomar esta segunda oportunidad que nos brindaba la vida. Marcharíamos juntos hacia Italia en el coche de este segundo traficante. No había tiempo que perder. Cogimos nuestro escaso equipaje y pusimos rumbo a nuestro destino.
¿Quién dijo que el viaje en carretera sería de lo más agradable? No imaginaba lo incómodo que era un viejo Citroen Saxo viajando tantos kilómetros.
Lo más bonito del viaje fue ir recorriendo en casi todo momento la costa. Al pasar por Mónaco presencié uno de los paisajes más increíbles que había visto jamás. 
Después de casi veinte horas recorridas y más de mil setecientos kilómetros fuimos interceptados por la policía italiana en la frontera. ¡No podía creer lo que estaba sucediendo! Casi habíamos llegado y una vez más nuestros planes se iban al garete...
Los carabinieros, llamados así a las fuerzas policiales de Italia, nos llevaron de mala manera detenidos, a un Centro de Detención de Inmigrantes Ilegales de forma preventiva.










domingo, 26 de febrero de 2017

El milagro del Stanbrook. Diario de un refugiado III

La Madre Gloriosa, tan ducha en acorrer
la que suele a sus siervos en las cuitas valer
a este condenado quísolo proteger
recordose el servicio que le solía hacer.

Y por fin le poníamos cara al traficante. Ese ser que jugaba con nuestras vidas por un puñado de dinero. Me lo imaginaba con un aspecto horrible, y sin embargo era un hombre de unos treinta años, alto y atractivo. Su voz era ronca y apareció con un cigarrillo en la boca dándonos órdenes sobre cómo teníamos que proceder. Se hacía llamar "Duque" ya que no iba a decirnos su verdadero nombre.
Duque nos indicó que deberíamos alojarnos en un apartamento mientras él gestionaba unos asuntos. No imaginábamos que estaríamos tantas personas hacinadas en ese espacio tan pequeño y que sólo disponía de un baño.
Al llegar allí nos encontramos un apestoso olor a humedad y cerrado. Ese iba a ser nuestro hogar durante un tiempo. En aquel lugar conocimos a todo tipo de gentes, culturas y edades. Familias tan desesperadas como nosotros.
El momento más desesperante era el de ir al baño, que siempre estaba ocupado por alguien y por lo tanto teníamos que hacer cola. Lo gratificante de esa espera era compartir gratas conversaciones con niños y niñas de mi edad.
Ya habían pasado unos cuantos días y Duque no daba señales de vida. Nuestra incertidumbre a la vez que los alimentos y medicamentos disminuían. Nadie se atrevía a salir de aquel lugar por miedo a ser descubiertos, ya que no dejábamos de ser refugiados. Algunos empezaban a enfermar y todos estabamos desesperados al no tener noticias de Duque. ¿Se habría largado con nuestro dinero? Si es así... ¿Qué sería de nosotros?
Fuimos los más jóvenes los que tomamos la decisión de salir a escondidas a por víveres, y así lo hicimos. Pisar la calle después de tantos días encerrados allí, fue placentero. Al salir aprovechamos para buscarle, y también comprar medicamentos para los enfermos. Al volver al apartamento todos los que estaban allí nos agradecieron el haber salido a buscarle y comprar lo necesario, pero decirles que no había habido suerte y que no habíamos dado con él no fue de nuestro agrado.
Al cabo de tres días, un móvil en la casa sonó. Era Duque, diciéndonos que en media hora se presentaría en la puerta con todos nuestros pasajes. Cuando llegó salimos todos y fuimos al puerto de Valencia donde embarcaríamos en el Stanbrook. Mi madre, Carlos y yo estábamos muy ilusionados al saber que zarparíamos a nuestro destino. De repente una voz masculina se escuchó por los megáfonos diciendo: en la fila de la derecha irán hombres y niños, y en la fila de la izquierda se colocarán mujeres y niñas. En un momento se formó un enorme jaleo de voces chillando y pidiendo que no nos separasen en aquellas filas. Sabíamos que Duque no nos devolvería el dinero de los billetes, así que tendríamos que pensar qué hacer. Si embarcar en el Stanbrook sabiendo que nos separarían, o quedarnos juntos en tierra.


Cantar del destierro. Diario de un refugiado II

El refugiado sale de Madrid, a Valencia va encaminado,             
allí deja su hogar, yermo y desheredado.
Con lágrimas en los ojos muy fuertemente llorando
 la cabeza volvía y quedábase mirando.
La desesperación golpea mi pecho
al pensar que no viviremos bajo el mismo techo.

No hay distancia ni mar por delante
que pueda romper mi sueño, esperanza y buen talante.
No habrá lugar donde no podamos ir
en el que todos juntos podamos vivir.
Sé que me espera un incierto futuro
donde nada será fácil sino terrible y duro.

El viaje a Valencia es mi único pensamiento
mi cabeza es un caos repleta de sentimientos.

Cargada va mi maleta
de penas, recuerdos y libros
al este señala la veleta,
oigo de los pájaros su trino.
Mi madre y mi hermano me acompañan
en esta desesperante travesía.
En un bus repleto de gente
que no pierde la alegría.
El miedo a ser descubiertos
permanece en mi cabeza
tenemos que ser audaces
y actuar con destreza.
A Valencia hemos llegado
los sesenta refugiados
con un poco de esperanza
en nuestros rostros cansados.