domingo, 11 de junio de 2017

La última noticia. Diario de un refugiado X

JOVEN REFUGIADA HALLADA EN LA ORILLA DE LA COSTA DE YEMEN

Ha sido encontrada una joven de 15 años, de nacionalidad judía, muerta de un disparo en la espalda, a orillas del mar. Su hermano Carlos, de 17 años no pudo llegar a tiempo con la ayuda para socorrerla y nos cuenta la odisea que han vivido durante los últimos meses y el trágico final de su familia. También refiere que ella iba siempre acompañada de un pequeño móvil en el que narraba su día a día..

En homenaje a Aleph Amira, que así se llamaba la joven, Carlos se ha comprometido a publicar sus memorias. 

Por desgracia, este horroroso suceso se repite todos los días en muchos países. Son pocos los refugiados que sobreviven.

No mires para otro lado. Ayuda a frenarlo.

12/06/2017


Una ruta quijotesca. Diario de un refugiado IX

Una vez más estamos delante de una frontera. Los anti-disturbios y la policía nos han impedido el paso con gases lacrimógenos, porras y granadas aturdidoras. 
De repente sentí como si la cabeza me fuese a estallar. Me abalancé sobre uno de los guardias armados, sin importarme lo que pudiese pasar, le golpeé en la cara y en el pecho hasta que otros dos policías me separaron de él mientras soltaban unas carcajadas llamándome loca.
El hombre al que pegué solo me dirigió unas palabras: "no olvidaré tu cara".
Algo con lo que Carlos y yo no contábamos, ocurrió más tarde, pudimos cruzar en pequeños grupos de cuarenta personas cada media hora. 
Una vez dentro, nos ofrecieron comprar dos billetes de tren, algo que pudimos hacer gracias al dinero conseguido en nuestros numerosos trabajos anteriores.
Subir al tren tampoco fue fácil. Estaba abarrotado de gente y las malas formas de las autoridades no facilitaban nuestro trayecto.


A pesar de todo, conseguimos ubicarnos en un grupo de gente que hablaba nuestro idioma y en el que incluso, contaban algún que otro chiste para aliviar la tensión. 
Una vez llegados a nuestro destino, nos recibieron varios grupos de voluntarios que nos ofrecieron mantas y algunos víveres. Nos explicaron que no podríamos salir hacia la próxima frontera esa misma noche porque corríamos el riesgo de ser asaltados, así que tendríamos que pasar la noche allí. Saldríamos por la mañana y aún así armados con palos por lo que pudiera pasar...
Al día siguiente decidimos pagar un taxi con los ahorros que nos quedaban, a pesar de que era muy caro. No podíamos permanecer allí ni un día más.


Nos encontrábamos a las puertas de Yemen, donde sus gobernantes eran xenófobos y en breve cerrarían la frontera con murallas de alambre, por lo que tendríamos que apresurarnos si no queríamos quedar atrapados.
Por otra parte existía una ley en la que el que solicita refugio en este país no podría hacerlo en cualquier otro, por lo que no queríamos hacer este tramite y esperar los papeles en zona muy hostil. Solo nos quedaba esperar y sobrevivir...


El rechazo y las agresiones verbales eran continuas. Carlos y yo estábamos desesperados.
No paraban de provocarnos, y al pasar entre un grupo de gente sentí un gran empujón que me tiró al suelo acompañado de lo que deduje que serían insultos en otro idioma.
Carlos me levantó como pudo porque de reojo vi que a él también le golpeaban. En nuestra desesperación echamos a correr sin ninguna dirección y acabamos en la playa.
Cuando pensaba que nos habíamos librado de ellos me acerqué a la orilla a tocar el agua y sentí un dolor insoportable en la espalda. Tardé unos segundos en darme cuenta de que me habían disparado y lo único que pude hacer fue gritarle a mi hermano que corriese y no mirase atrás. Carlos se negaba a abandonarme pero al ver la sangre y mi desesperación, huyó chillando: "se fuerte, traeré ayuda ¡te lo prometo!".
Llegó un momento en el que ya no sentía dolor. Cada vez oía más lejanas las voces de mis asesinos. 
Me rendí. Me dejé caer de espaldas al agua para sentir el sol en mi cara por última vez. Me giré y vi que el agua estaba teñida de sangre pero por primera vez en mucho tiempo no tenía miedo...















sábado, 13 de mayo de 2017

Lazarilla a la fuerza. Diario de un refugiado VIII

Escribo esto a quien le pueda interesar y a las autoridades competentes. Lo que en un principio parecía mi salvación sigue siendo mi peor pesadilla...

TRATADO I:

Han pasado meses desde que Carlos y yo estamos aquí y las cosas cada vez van a peor. No hay un control riguroso con los víveres por lo que muchos de nosotros nos hemos visto "obligados" a robar para sobrevivir. 
Me he hecho necesaria para colaborar en muchas tareas y obtener favores a cambio. Una de ellas es en el repartimiento de comida, donde muchas veces mi ración era mayor a la de otros porque con un puñado de arroz, un trozo de pan y una pieza de fruta, no era suficiente para una ración. Sé que no estaba bien y me avergüenzo de ello, pero era la única manera de sobrevivir. Hemos perdido mucho peso, y a Carlos le sangraban las encías por el principio de desnutrición que sufría, él siempre ha sido de constitución delgada y de comer poco y a pesar de ello le notaba cada vez más débil;
Cuando llegaban los camiones de la Cruz Roja con suministros, me escondía debajo de él y cuando el conductor y demás ocupantes, bajaban, me colaba y guardaba chocolatinas, algún que otro refresco y medicinas para Carlos. 
No podíamos aguantar mucho tiempo más allí, pues el campo cada vez se llenaba más y más a medida que transcurría el tiempo. Estaba segura que algún día me iban a pillar con las manos en la masa, así que antes de que eso ocurriera tendríamos que marcharnos.

TRATADO II:

Hemos llegado a un lugar llamado Idomeni. La primera sensación es horrible.
Creía que no habría campos peores y estoy en uno de ellos. Soy nueva, y todos desconfiamos de todos;
Las raciones son incluso menores que las del anterior campo pero todavía me quedan reservas de lo que he ido robando de los camiones.
En el anterior nos daban solamente una pastilla de jabón para asearnos, la cual nos tenía que durar tres semanas o más, en cambio en este nos proporcionan las unidades necesarias por lo que intenté hacer trueque, algo que no funcionó...
Nadie quería estar aseado y con el estómago vacío. 
Por suerte no nos quedamos mucho tiempo aquí. A los pocos días las fuerzas del orden nos echaron y fuimos en busca de un nuevo refugio.

TRATADO III:

Tras dos horas de caminata avistamos a lo lejos un mini campo con unas pocas tiendas de campaña. Nos acercamos y nos dieron una agradable bienvenida en la que rápidamente nos ofrecieron algo de agua y alojamiento junto a otra familia;
En aquel sitio no había nadie que llevase las riendas, sino que cada uno se ocupaba de sus quehaceres. Era gente muy campechana y dentro de lo malo nos hacían sentir reconfortados. 
Hasta el momento era el mejor lugar en el que habíamos estado. El problema era que al no pertenecer a ninguna institución, carecíamos de las ayudas mínimas y de posibles recursos para valernos por nosotros mismos; 
Aunque disponíamos de agua, no era suficiente para intentar cultivar algunas frutas y hortalizas por lo que nos vemos obligados, con todo el dolor de nuestro corazón, a partir de nuevo. 
Una vez más, la suerte no estaba de nuestro lado.

TRATADO IV: 

Durante los siguientes días nos encontramos con varios campos más. En todos ellos nos aprovisionaron de la ración mínima pero tuvimos que andar con mil ojos para que no nos la quitaran y sentíamos que no encajábamos por la forma en que nos miraban.
Permanecíamos el tiempo justo en cada uno, solamente para comer y descansar algo hasta el siguiente refugio.
Todas estas experiencias nos hicieron ver lo mal que los responsables de todo esto hacían su labor. Nos habían convertido en ladrones y egoístas, en un "todo vale" por la supervivencia.

TRATADO V: 

Nuestra siguiente parada fue un campo que hacía frontera con Siria. A pesar de ser un país en guerra, el enorme refugio disponía de todos los recursos necesarios que tiene una ciudad.
A cambio de trabajar para diferentes personas poco a poco ahorramos algo de dinero.
Carlos hizo de recadero, de limpiador de alfombras y recogiendo las frutas podridas de los mercados. A la vez yo trabajé en los puestos donde se vendía todo tipo de comida  y por mi experiencia con los demás refugiados, me contrataron de ayudante en una ONG.
Colaborar con ellos hizo que mi imagen fuera respetada pero a pesar de ello la situación seguía siendo desesperante.
Allí conocí a Inés, una enfermera voluntaria en Proactiva Open Arms. Su forma de ser y su experiencia me impactaron tanto como para hacerme entender muchas de las situaciones que habíamos vivido y me dio el valor necesario como para tomar una gran decisión, la más importante de mi vida: cruzaríamos la frontera y nos iríamos a otro país, el de nuestros sueños, donde podríamos empezar de cero.














miércoles, 26 de abril de 2017

Beatus ille. Diario de un refugiado VII.

Mi cabeza iba a explotar y mi cuerpo todavía temblaba por tantas emociones juntas. Estaba contenta por haber llegado al control pero al mismo tiempo sentía una inmensa tristeza al recordar que mamá se había ido para siempre. Nunca podría vivir esta experiencia con nosotros y eso hacía que a menudo se me saltaran las lágrimas, su muerte era lo que me impedía disfrutar las pequeñas metas conseguidas. 
De repente una voz muy grave y con un acento que al principio no entendí, de lo agotada que estaba, nos indicó el camino para llegar a nuestro lugar de acogida: una tienda de campaña en medio de la nada pero a su vez rodeada de otras cientos. Durante el trayecto, aunque estaba muy agobiada, me llamó la atención una niña que rondaba los 6 años con una larga melena rubia como el oro, y cuyos ojos azules como el cielo de aquel día, no hacían nada más que mirarme. Caminaba agarrada de la mano de una mujer con cara de cansada y yo deduje que sería su madre.
Nuevamente sentí ganas de llorar al recordar a mamá.
Al llegar a las tiendas de campaña, lo primero que percibí fue un intenso olor a primavera. No olía la comida que en ese momento estaban preparando, ni presté mucha atención a las viejas mantas que nos proporcionaron. Solo quería alejarme y averiguar de dónde venía aquella fragancia a romero y lavanda. 
Caminé unos cuantos metros y divisé a lo lejos la figura de un joven que recogía algo del suelo. Cuando estuve cerca de él y me miró, sentí como si Cupido hubiera lanzado una de sus flechas de amor en mi. Era el chico más apuesto que había visto en mi vida. Eso y el maravilloso campo que descubrí, me hicieron sentir un cosquilleo en el estómago, como si cientos de mariposas revolotearan en él. Después de tanta tragedia, esas sensaciones fueron caricias para mi alma. 
Al volver de mi paseo, el panorama nuevamente era desolador. Ver a tantos inmigrantes allí metidos, hizo que mi estado de ánimo volviese a caer. Me sentía como una montaña rusa.

Vivo sin vivir en mí
y de tal manera espero,
que muero porque no muero.

















miércoles, 1 de marzo de 2017

Coplas a la muerte de su madre. Diario de un refugiado VI



“Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir…”


La barca en la que nos subimos, parecía de juguete. Tantas veces lo habíamos visto por televisión y ahora me costaba creer que nos encontrásemos en una de ellas. A cambio de nuestros pendientes de oro nos sacaron de Italia. Esta vez el único equipaje que llevábamos encima eran los móviles y los pésimos chalecos salvavidas que nos dieron. ¡Qué barbaridad... ni siquiera eran de nuestras tallas! 
Calculo que sería mediodía cuando salimos, ya que el sol estaba justo encima de nuestras cabezas. Al caer la noche hacía muchísimo frío y la barca nos zarandeaba a causa de las olas que había. Algunos de los que nos acompañaban murieron por diversas causas: unos de frío y otros de sed.
Nos sumergíamos en una inmensa oscuridad en la que no se veía nada. Sólo se oía el ruido de la marea chocando con nuestra barca y el castañeo de nuestros dientes. 
La pesadilla no terminaba al salir el sol. Cada vez éramos menos, y mamá estaba empezando a enfermar. A falta de espacio, decidieron tirar los cadáveres al agua.
No llorar era muy difícil, nunca imaginé encontrarme en esa situación tan dolorosa y traumática. Sentía miedo por quedarme sola en algún momento. Yo iba en la popa, donde más se notaba el zarandeo de las olas...

Los estados y riqueza,
que nos dejen a deshora
¿quién lo duda?
No les pidamos firmeza,
pues que son de una señora
que se muda,
que bienes son de Fortuna.

Cuando llegaba la noche, se podía percibir el sonido de los animales del fondo marino y el chapoteo de los peces. La cantidad de criaturas que hay en las profundidades del mar, sabiendo que podría estar encima de alguna de ellas... No quise ni imaginarlo.
Temíamos que hubiese tormenta, porque con lo inestable que era la barca podíamos incluso volcar. La noche era tan oscura que ni los rostros nos permitía diferenciar... Todo era completamente negro, como si le hubiesen dado a un interruptor y las luces se hubieran apagado. Ni la luna tenía el mismo brillo que antes...

Contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando.


El graznido de las gaviotas despertaban a cada uno de los tripulantes de nuestra barca, incluida yo. El día no amaneció con muy buena pinta. Hacía frío y el cielo estaba gris.
Lo que más temíamos, estaba a punto de suceder. Si el tiempo continuaba así desataría una tormenta y cabría la posibilidad de volcar. Tenía mucha sed y se nos agotó la poca comida que nos quedaba a bordo. Mamá estaba empezando a enfermar y no teníamos nada que pudiese salvarla. Carlos y yo estábamos muy preocupados por lo que pudiese pasarle. Mientras las olas rompían contra nosotros la barca se zarandeaba demasiado, haciendo que nos chocásemos los unos con los otros. En uno de esos bruscos movimientos la cabeza de mamá chocó con uno de los laterales del bote. Ella ya estaba débil, y ese golpe hizo que comenzase a sangrar. El sangrado no cesaba y temíamos que muriese. Mientras Carlos y yo estábamos abrazados mamá dijo sus últimas palabras antes de morir: "sobrevivid" Y en ese momento supe lo que era sentir el máximo dolor.

Sus grandes y claros
no cumple que los alabe,
pues...


En la vida olvidaré su sonrisa, su rostro cuando reía, el beso de buenas noches, su lunar en el hombro izquierdo, su intenso y dulce olor a perfume. Su pelo negro como el azabache, ese que ella misma teñía porque siempre fue muy coqueta. 
Recuerdo sus abrazos que me dejaban sin respiración. Recordaré que incluso enfadada siempre nos demostró su amor incondicional. 
Nunca la olvidaré.


No alcanzó grandes tesoros,
ni dejó muchas riquezas,
pero...


Siempre la amaré. No sólo era mi madre, también era mi amiga, mi confidente, mi guía...
La persona que me enseñó todos los valores, todo lo que soy.
Me parecía imposible continuar sin ella pero se lo debía. Tenía que continuar hasta el final. No pensaba rendirme. Ahora sin ella Carlos es lo único que tengo. Tendríamos que estar más unidos que nunca.
Y eso hicimos.


Y aunque la vida perdió,
dejónos harto consuelo
su memoria.


De repente, entraron por mis oídos una serie de sonidos estridentes. Alguien nos hablaba a través de un megáfono y me costó reaccionar. Un barco muy grande de color blanco y rojo se acercó a nuestra barca.
No podía creerlo.. ¡Nos estaban rescatando! Después de tantos meses de sufrimiento y cuando pensaba que acabaríamos todos muertos, nos ofrecían ayuda.
Todo pasó muy rápido. Cuando me quise dar cuenta varios hombres nos habían subido al barco de rescate. Inmediatamente nos taparon con mantas térmicas, nos dieron agua y comida. 
Una mujer muy amable se acercó a mi. Me dijo que era psicóloga y se ofreció a ayudarme.
Le conté brevemente lo que nos había pasado y sus palabras lograron tranquilizarme. 
Durante las horas que duró nuestro rescate, hice muy buenas migas con ella y me aclaró una duda que tenía: daba igual el destino, lo importante era que estábamos en buenas manos y ahora sí podríamos tener un buen futuro.


Cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.









lunes, 27 de febrero de 2017

De la prisión a la deriva. Diario de un refugiado V


Sino yo triste y cuitado
que vivo en esta prisión
que ni sé cuando es día
ni cuando las noches son





Y cuando pensaba que mi familia y yo no podíamos estar peor, ahí estábamos nuevamente hacinados. Llevábamos meses huyendo. Lo habíamos perdido prácticamente todo, incluso el dinero. Ya no nos quedaba nada ni siquiera las ilusiones de meses atrás que se iban quedando por el camino. Nos encontrábamos en una apestosa celda de apenas diez metros cuadrados aproximadamente. Solo había un váter y un pequeñísimo ventanal en lo alto que nos permitía saber si era de día o de noche.
La única persona que nos mantenía en contacto con el exterior era una mujer de mediana edad con un aspecto muy serio. Esta señora al principio se limitó a traernos la comida dos veces al día pero poco a poco fue mostrándose más amable con los niños. Yo creo que le despertábamos el instinto maternal. En alguna ocasión, nos trajo a escondidas una pequeña onza de chocolate.
Después de un tiempo, por fin nos liberaron. Nuevamente estábamos en la calle, libres pero a la vez esclavos en pleno siglo XXI.

Mas saliose de esta cárcel
en carrera hacia la playa
a una barca nos subimos
sólo el móvil y una saya.
Y esta barca en la que estamos
parecía de juguete
algo a cambio nos pidieron
sólo tengo unos pendientes.
Qué odisea, cuánto espanto 
sufrimos todo ese tiempo
nuestra barca a la deriva 
mientras sopla el barlovento.
Respondiole al individuo
tal respuesta le fue a dar
"Yo no digo mi canción
sino a quién conmigo va"







Consejos de Patronio. Diario de un refugiado IV

Es muy difícil tomar una decisión, que por un lado u otro tiene desventajas, pero no queremos separarnos de nuestra madre. Mientras estábamos los tres en la fila antes de tomar la decisión de si separarnos o no, alguien se acercó a mi y me propuso un trato, diciéndonos que él nos podía llevar a Italia, que era nuestro destino, a un precio muy razonable en el que se incluía un transporte en barco. Todavía teníamos que hablarlo, aunque era una oferta a la que no nos podíamos negar, así que le pedimos algo de tiempo para consultarlo más a fondo. En ese periodo de tiempo que le rogamos  al traficante me encontré con uno de los niños de aquella casa tan horrible del que me hice muy amiga, y nos contábamos todo, ya que habíamos cogido bastante confianza.
Le conté lo que nos había propuesto aquel hombre y a mi amigo no se le ocurrió mejor manera de aconsejarme, que a través de un cuento que decía así...

"Una vez hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, de este modo: Patronio, sabéis que, gracias a Dios, mis señoríos son grandes, pero no están todos juntos. Aunque tengo tierras muy bien defendidas, otras no lo están tanto y otras están muy lejos de las tierras donde mi poder es mayor. Cuando me encuentro en guerra con mis señores, los reyes, o con vecinos más poderosos que yo, muchos que se llaman mis amigos y algunos que me quieren aconsejar me atemorizan y asustan, aconsejándome que de ningún modo esté en mis señoríos más apartados, sino que me refugie en los que tienen mejores baluartes, defensas y bastiones, que están en el centro de mis tierras. Como os sé muy leal y muy entendido en estos asuntos, os pido vuestro consejo para hacer ahora lo más conveniente.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, en asuntos graves y problemáticos es muy arriesgado dar un consejo, pues muchas veces podemos equivocarnos, al no estar seguros de cómo terminarán las cosas. Con frecuencia vemos que, pensando una cosa, sale después otra muy distinta, porque lo que tememos que salga mal, sale luego bien, y lo que creíamos que saldría bien, luego resulta mal; por ello, si el consejero es hombre leal y de justa intención, cuando ha de dar un consejo se siente en grave apuro y, si no sale bien, queda el consejero humillado y desacreditado. Por cuanto os digo, señor conde, me gustaría evitarme el aconsejaros, pues se trata de una situación muy delicada y peligrosa, pero como queréis que sea yo quien os aconseje, y no puedo negarme, me gustaría mucho contaros lo que sucedió a un gallo con una zorra.
El conde le pidió que se lo contara.
-Señor conde -dijo Patronio-, había un buen hombre que tenía una casa en la montaña y que criaba muchas gallinas y gallos, además de otros animales. Sucedió que un día uno de sus gallos se alejó de la casa y se adentró en el campo, sin pensar en el peligro que podía correr, cuando lo vio la zorra, que se le fue acercando muy sigilosamente para matarlo. Al verla, el gallo se subió a un árbol que estaba un poco alejado de los otros. Viendo la zorra que el gallo estaba fuera de su alcance, tomó gran pesar porque se le había escapado y empezó a pensar cómo podía cogerlo. Fue derecha al árbol y comenzó a halagar al gallo, rogándole que bajase y siguiera su paseo por el campo; pero el gallo no se dejó convencer. Viendo la zorra que con halagos no conseguiría nada, empezó a amenazar diciéndole que, pues no se fiaba de ella, ya le buscaría motivos para arrepentirse. Mas como el gallo se sentía a salvo, no hacía caso de sus amenazas ni de sus halagos.
»Cuando la zorra comprendió que no podría engañarlo con estas tretas, se fue al árbol y se puso a roer su corteza con los dientes, dando grandes golpes con la cola en el tronco. El infeliz del gallo se atemorizó sin razón y, sin pensar que aquella amenaza de la zorra nunca podría hacerle daño, se llenó de miedo y quiso huir hacia los otros árboles donde esperaba encontrarse más seguro y, pues no podía llegar a la cima de la montaña, voló a otro árbol. Al ver la zorra que sin motivo se asustaba, empezó a perseguirlo de árbol en árbol, hasta que consiguió cogerlo y comérselo.
»Vos, señor Conde Lucanor, pues con tanta frecuencia os veis implicado en guerras que no podéis evitar, no os atemoricéis sin motivo ni temáis las amenazas o los dichos de nadie, pero tampoco debéis confiar en alguien que pueda haceros daño, sino esforzaos siempre por defender vuestras tierras más apartadas, que un hombre como vos, teniendo buenos soldados y alimentos, no corre peligro, aunque el lugar no esté muy bien fortificado. Y si por un miedo injustificado abandonáis los puestos más avanzados de vuestro señorío, estad seguro de que os irán quitando los otros hasta dejaros sin tierra; porque como demostréis miedo o debilidad, abandonando alguna de vuestras tierras, mayor empeño pondrán vuestros enemigos en quitaros las que todavía os queden. Además, si vos y los vuestros os mostráis débiles ante unos enemigos cada vez más envalentonados, llegará un momento en que os lo quiten todo; sin embargo, si defendéis bien lo primero, estaréis seguro, como lo habría estado el gallo si hubiera permanecido en el primer árbol. Por eso pienso que este cuento del gallo deberían saberlo todos los que tienen castillos y fortalezas a su cargo, para no dejarse atemorizar con amenazas o con engaños, ni con fosos ni con torres de madera, ni con otras armas parecidas que sólo sirven para infundir temor a los sitiados. Aún os añadiré otra cosa para que veáis que sólo os digo la verdad: jamás puede conquistarse una fortaleza sino escalando sus muros o minándolos, pero si el muro es alto las escaleras no sirven de nada. Y para minar unas murallas hace falta mucho tiempo. Y así, todas las fortalezas que se toman es porque a los sitiados les falta algo o porque sienten miedo sin motivo justificado. Por eso creo, señor conde, que los nobles como vos, e incluso quienes son menos poderosos, deben mirar bien qué acción defensiva emprenden, y llevarla a cabo sólo cuando no puedan evitarla o excusarla. Mas, iniciada la empresa, no debéis atemorizaros por nada del mundo, aunque haya motivos para ello, porque es bien sabido que, de quienes están en peligro, escapan mejor los que se defienden que los que huyen. Pensad, por último, que si un perrillo al que quiere matar un poderoso alano se queda quieto y le enseña los dientes, podrá escapar muchas veces, pero si huye, aunque sea un perro muy grande, será cogido y muerto enseguida. Al conde le agradó mucho todo esto que Patronio le contó, obró según sus consejos y le fue muy bien. 
La moraleja de este cuento es: 
                                                     No sientas miedo nunca sin razón 
                                                     y defiéndete bien, como un varón.


Este relato, me hizo tomar una decisión en firme: íbamos a tomar esta segunda oportunidad que nos brindaba la vida. Marcharíamos juntos hacia Italia en el coche de este segundo traficante. No había tiempo que perder. Cogimos nuestro escaso equipaje y pusimos rumbo a nuestro destino.
¿Quién dijo que el viaje en carretera sería de lo más agradable? No imaginaba lo incómodo que era un viejo Citroen Saxo viajando tantos kilómetros.
Lo más bonito del viaje fue ir recorriendo en casi todo momento la costa. Al pasar por Mónaco presencié uno de los paisajes más increíbles que había visto jamás. 
Después de casi veinte horas recorridas y más de mil setecientos kilómetros fuimos interceptados por la policía italiana en la frontera. ¡No podía creer lo que estaba sucediendo! Casi habíamos llegado y una vez más nuestros planes se iban al garete...
Los carabinieros, llamados así a las fuerzas policiales de Italia, nos llevaron de mala manera detenidos, a un Centro de Detención de Inmigrantes Ilegales de forma preventiva.