domingo, 11 de junio de 2017

Una ruta quijotesca. Diario de un refugiado IX

Una vez más estamos delante de una frontera. Los anti-disturbios y la policía nos han impedido el paso con gases lacrimógenos, porras y granadas aturdidoras. 
De repente sentí como si la cabeza me fuese a estallar. Me abalancé sobre uno de los guardias armados, sin importarme lo que pudiese pasar, le golpeé en la cara y en el pecho hasta que otros dos policías me separaron de él mientras soltaban unas carcajadas llamándome loca.
El hombre al que pegué solo me dirigió unas palabras: "no olvidaré tu cara".
Algo con lo que Carlos y yo no contábamos, ocurrió más tarde, pudimos cruzar en pequeños grupos de cuarenta personas cada media hora. 
Una vez dentro, nos ofrecieron comprar dos billetes de tren, algo que pudimos hacer gracias al dinero conseguido en nuestros numerosos trabajos anteriores.
Subir al tren tampoco fue fácil. Estaba abarrotado de gente y las malas formas de las autoridades no facilitaban nuestro trayecto.


A pesar de todo, conseguimos ubicarnos en un grupo de gente que hablaba nuestro idioma y en el que incluso, contaban algún que otro chiste para aliviar la tensión. 
Una vez llegados a nuestro destino, nos recibieron varios grupos de voluntarios que nos ofrecieron mantas y algunos víveres. Nos explicaron que no podríamos salir hacia la próxima frontera esa misma noche porque corríamos el riesgo de ser asaltados, así que tendríamos que pasar la noche allí. Saldríamos por la mañana y aún así armados con palos por lo que pudiera pasar...
Al día siguiente decidimos pagar un taxi con los ahorros que nos quedaban, a pesar de que era muy caro. No podíamos permanecer allí ni un día más.


Nos encontrábamos a las puertas de Yemen, donde sus gobernantes eran xenófobos y en breve cerrarían la frontera con murallas de alambre, por lo que tendríamos que apresurarnos si no queríamos quedar atrapados.
Por otra parte existía una ley en la que el que solicita refugio en este país no podría hacerlo en cualquier otro, por lo que no queríamos hacer este tramite y esperar los papeles en zona muy hostil. Solo nos quedaba esperar y sobrevivir...


El rechazo y las agresiones verbales eran continuas. Carlos y yo estábamos desesperados.
No paraban de provocarnos, y al pasar entre un grupo de gente sentí un gran empujón que me tiró al suelo acompañado de lo que deduje que serían insultos en otro idioma.
Carlos me levantó como pudo porque de reojo vi que a él también le golpeaban. En nuestra desesperación echamos a correr sin ninguna dirección y acabamos en la playa.
Cuando pensaba que nos habíamos librado de ellos me acerqué a la orilla a tocar el agua y sentí un dolor insoportable en la espalda. Tardé unos segundos en darme cuenta de que me habían disparado y lo único que pude hacer fue gritarle a mi hermano que corriese y no mirase atrás. Carlos se negaba a abandonarme pero al ver la sangre y mi desesperación, huyó chillando: "se fuerte, traeré ayuda ¡te lo prometo!".
Llegó un momento en el que ya no sentía dolor. Cada vez oía más lejanas las voces de mis asesinos. 
Me rendí. Me dejé caer de espaldas al agua para sentir el sol en mi cara por última vez. Me giré y vi que el agua estaba teñida de sangre pero por primera vez en mucho tiempo no tenía miedo...















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