miércoles, 26 de abril de 2017

Beatus ille. Diario de un refugiado VII.

Mi cabeza iba a explotar y mi cuerpo todavía temblaba por tantas emociones juntas. Estaba contenta por haber llegado al control pero al mismo tiempo sentía una inmensa tristeza al recordar que mamá se había ido para siempre. Nunca podría vivir esta experiencia con nosotros y eso hacía que a menudo se me saltaran las lágrimas, su muerte era lo que me impedía disfrutar las pequeñas metas conseguidas. 
De repente una voz muy grave y con un acento que al principio no entendí, de lo agotada que estaba, nos indicó el camino para llegar a nuestro lugar de acogida: una tienda de campaña en medio de la nada pero a su vez rodeada de otras cientos. Durante el trayecto, aunque estaba muy agobiada, me llamó la atención una niña que rondaba los 6 años con una larga melena rubia como el oro, y cuyos ojos azules como el cielo de aquel día, no hacían nada más que mirarme. Caminaba agarrada de la mano de una mujer con cara de cansada y yo deduje que sería su madre.
Nuevamente sentí ganas de llorar al recordar a mamá.
Al llegar a las tiendas de campaña, lo primero que percibí fue un intenso olor a primavera. No olía la comida que en ese momento estaban preparando, ni presté mucha atención a las viejas mantas que nos proporcionaron. Solo quería alejarme y averiguar de dónde venía aquella fragancia a romero y lavanda. 
Caminé unos cuantos metros y divisé a lo lejos la figura de un joven que recogía algo del suelo. Cuando estuve cerca de él y me miró, sentí como si Cupido hubiera lanzado una de sus flechas de amor en mi. Era el chico más apuesto que había visto en mi vida. Eso y el maravilloso campo que descubrí, me hicieron sentir un cosquilleo en el estómago, como si cientos de mariposas revolotearan en él. Después de tanta tragedia, esas sensaciones fueron caricias para mi alma. 
Al volver de mi paseo, el panorama nuevamente era desolador. Ver a tantos inmigrantes allí metidos, hizo que mi estado de ánimo volviese a caer. Me sentía como una montaña rusa.

Vivo sin vivir en mí
y de tal manera espero,
que muero porque no muero.

















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